Hay muchas cosas que querríamos que nuestros niños y niñas hicieran casi automáticamente, porque es bueno para ellos. Pero... no es así como funcionamos los humanos, y no siempre es fácil conseguir que aprendan a lavarse los dientes, a juntar sus juguetes luego de utilizarlos... y tantas otras cosas.
Lo normal es que los niños hagan lo que tienen ganas de hacer en cada momento, lo que les gusta o lo que les trae una consecuencia positiva.
Pasarse un cepillo por los dientes, por ejemplo, no cumple, a sus ojos, con ninguno de estos criterios. Tenemos que enseñarles a que hagan algo que no harían espontáneamente, y que lo hagan tantas veces como sea necesario, sin pasarla mal.
¿Cómo lo haremos?
Deberemos aprovechar su natural gusto por el juego y lo novedoso, su tendencia a imitar a aquellos que le importan y su agrado por recibir nuestros halagos.
Por ejemplo, entusiasmarlo con determinado cepillo de dientes que le guste, hacer del lavado de dientes un momento amable y compartido, y felicitarlo mucho, mucho por ser un niño de dientes ¡taaan limpitos!
Eso no nos asegurará que incorpore enseguida el cepillado de los dientes como un hábito cotidiano, pero creará un clima más apropiado para que eso suceda que si rodeáramos el momento del cepillado de enojo y malestar. Y el mejor estímulo para ellos es nuestra atención.
Estemos atentos a prestarles más atención a los comportamientos deseables que a los no deseables. Si cuando se lava los dientes pasa desapercibido y cuando no lo hace le prestamos atención, aunque sea con rezongos, aprenderá que lo que funciona es no hacer las cosas bien.
¡SIN ESTÍMULO,
NO HAY MOTIVACIÓN PARA EL ESFUERZO!
NO HAY MOTIVACIÓN PARA EL ESFUERZO!
Tomado de: http://www.unicef.org/uruguay/spanish/guia_crianza.pdf